Las mañanas en el campo cubano son, por lo general, hermosas: la luz de la aurora se refleja en la tierra roja y el verde de las plantas de plátano, pero cuando a ese paisaje cotidiano se suman la laboriosidad, el entusiasmo, la alegría de compartir el surco con los compañeros durante un día de descanso, en función de sembrar alimentos; el cuadro de belleza natural se colma de la singularidad humana; y no cualquiera, sino la cubana, la que, en medio de muchas tempestades, sigue apostando por encontrar lo mejor del individuo.