“La caprichosa rueda de la fortuna trajo a mis manos un libraco viejo, mezcla de libro y legajo, cuyo feo aspecto pudo dar lugar a que uno poco amante de las anticuallas lo arrojara al fuego, o por lo menos al cesto de los papeles. Afortunadamente no sucedió así, y mis aficiones a las cosas viejas me hicieron examinarlo con detenimiento y conservarlo en mi poder como una joya, después de haber conocido sus renglones”. (Foyo., 1930)