Por eso puedo hablar sobre los agropecuarios sin intermediarios entre el corazón y la palabra. Ninguna insatisfacción ante los precios de los productos agrícolas, que además no es su culpa, me llevaría jamás a desconocer el sudor que derraman los que trabajan en ese sector muchas veces con el sol sofocante quemándoles la piel para extraerle frutos a la tierra.

Tampoco pretendo crear una realidad virtual o paralela para congraciarme con ellos, porque la situación es difícil, y los agropecuarios y sus cuadros son los primeros insatisfechos con los resultados alcanzados en la producción.
Pero sí hay que reconocerles que en estos años difíciles parece acto de magia que hayan seguido produciendo sin insumos elementales, sin petróleo, ni fertilizantes, ni productos químicos para enfrentar las plagas y las enfermedades.
Y en momentos en que se hace muy difícil además encontrar personas dispuestas a meter las manos en el fango, cuando limpio y perfumado como revendedor puedes ganar más.
Los agropecuarios jamás se han rendido ante las dificultades, sustituyendo el abono por materia orgánica y los productos químicos por biopreparados, continuaron produciendo.
Me uno a quienes inclinan la frente ante el sacrificio de los trabajadores agropecuarios, lo admiran y agasajan.
Ellos son como abejas laboriosas cuyas mágicas manos convierten minúsculas semillas en alimentos.
Lo que más necesitan nuestros agropecuarios, a mi juicio, es el reconocimiento diario, el máximo apoyo posible a su labor estratégica, los insumos imprescindibles para poder lograr que la tierra dé frutos, que la semilla se convierta en quintales de productos y la ternera llegue a vaca para ver si un día tenemos leche y carne.

Lo más importante es reafirmarle a los agropecuarios lo importante que son y que el pueblo reconoce su sacrificio porque sabe de su espíritu, que ni las peores circunstancias han podido doblegarlos.
