Ahí está, gigante como las palmas, el hacedor de esperanzas, vestido de verde olivo, con sus botas calzadas, porque tanto tiene que hacer ahora mismo por Cuba, por la América, por este mundo.
Ahí está con sus grados de Comandante, desandando sierras y llanos, advirtiéndonos que a partir del triunfo de una Revolución, quizás todo sea más difícil, porque no basta una victoria frente al enemigo, porque es preciso sumarse al bando de los que aman y fundan, al bando de los que luchan toda la vida, al bando de los apasionados, de los que sueñan y batallan hasta el final por cristalizar esos sueños.
Ahí está él, con su uniforme de guerrillero, enseñándonos que el gran milagro lo hacen los pueblos, y que al enemigo se combate cada instante con arrojo, pero también con la vergüenza y con la dignidad, con la verdad.
Nos advierte de nuestros errores, nos conmina a no desmayar en la gran proeza de ser Quijotes eternos que se enfrentan con sus lanzas a los molinos de viento.
Nos guía su fe inquebrantable, esa que no perdió ni siquiera cuando parecía que era imposible continuar.
Ahí está el líder que alzó su voz en las Naciones Unidas en nombre de los que no tienen un pedazo de pan, el visionario que viajó tantas veces al futuro, el gigante que hizo una isla gigante, el mejor alumno de Martí, ese que nos sigue hablando, como si fuera ahora mismo, cuando necesitamos más que nunca sus ideas.
Ahí está Fidel, invencible, vencedor, eterno, el hacedor de esperanzas, vestido de verde olivo, con sus botas calzadas, porque tanto tiene que hacer ahora mismo por Cuba, por la América, por este mundo.