Todavía estremecen los recuerdos de aquella madrugada. A las 12 y 25 de la mañana del primero de diciembre del 2016, Santa Clara, en una manifestación de duelo, compromiso y de amor eterno recibía la Caravana que transportaba, hace exactamente nueve años, las cenizas guerrilleras inmortales del líder de la Revolución Cubana en su tránsito hasta el Olimpo de los Grandes en Santiago de Cuba.

Nunca vi la Plaza de la Revolución "Ernesto Che Guevara", de esta ciudad en el centro de Cuba, tan nutrida, y a la vez con tanta mezcla de sentimientos: dolor, fidelidad, lealtad. 

Los jóvenes se abrazaban, lloraban, gritaban consignas. Por todas partes se escuchaba la frase que resonaba en todo el mundo: ¡Yo soy Fidel!

Los artistas hacían una cantata para honrar al líder.

Cada cual llevaba flores y banderas en sus manos, cada cual hablaba del Fidel que guardaba por dentro. Cada cual tenía una anécdota, un recuerdo.

Ese día, en el Memorial, frente a los restos del Che, Fidel se encontraba frente a frente con su compañero de tantas batallas. Eran dos Comandantes, dos estrellas frente a frente, como un símbolo de una hermandad que trasciende más allá de la muerte. 

Fue la primera parada que hizo la Caravana desde su salida de la Habana en aquellas jornadas de tanta tristeza. Ya había recorrido los municipios de la provincia. Entonces Santa Clara nuestra abría una página de la historia.

Previamente, desde que Raúl había informado al pueblo la fatídica noticia, durante varios días en la Sala Caturla de la Biblioteca Provincial Martí, en un silencio sobrecogedor, miles de personas acudían con flores y papelitos con mensajes en sus manos para el Comandante. Los agradecidos los acompañaron. Fueron los niños los que asombraron a esta isla y al mundo, con sus poemas y sus frases de desolación, pero también de futuro.

En la Sala Caturla el eminente profesor Juan Virgilio López Palacios, maestro de pedagogos, ya fallecido, ofrecía sus declaraciones con una frase absoluta: ¡Fidel está vivo!.

Y así, en medio de aquella ola de consternación de un pueblo que honraba a su Comandante eterno, llegó la Caravana aquella madrugada del primero de diciembre. Fidel, invicto, regresaba a Santa Clara. 

En horas de la mañana, los villaclareños despedíamos entonces hace nueve años a Fidel. 

Todavía recuerdo el Parque Vidal abarrotado y en silencio, cubierto de flores, los combatientes se abrazaban con el pueblo. Lloraban. No era una despedida. 

Era el regreso a Santa Clara de Fidel, un Comandante que aprendimos a saberlo eterno.