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Desfile de heroicidades
(Foto: Ramón Barreras Valdés)

Desfile de heroicidades (+Audio)

Mónica Sardiña Molina / Vanguardia / Audio: Ramón Ávalos

Jueves, 01 May 2025 08:52

Cada Primero de Mayo, las plazas abrazan pequeñas y grandes heroicidades.

Brilla más la grandeza cuando no se presume. Cuando late discreta, desde el seno de un colectivo o una comunidad, hasta extenderse a toda la dimensión de un municipio, una provincia, un país; incluso, más allá de las fronteras. Cuando hace una pausa, entre tanto sacrificio, para tragar una bocanada de aire fresco y lanzarse hacia nuevas metas, ya sea en carrera veloz o marcha contenida, con pasos bien medidos en espacio y tiempo.

Cada Primero de Mayo, las plazas abrazan pequeñas y grandes heroicidades, y hay que diseccionar los desfiles multitudinarios para apreciarlas en todo su esplendor, entre la heterogeneidad y las contradicciones que mantienen viva nuestra sociedad.

Hay que mirar de frente a los que combatieron en otras épocas y aún viven para contarlo, con medallas en el pecho y heridas en el cuerpo y en el alma; merecedores de oídos prestos a escuchar, manos dispuestas a retribuir y mentes conscientes de que no podemos retroceder.

Hay que respetar a quienes vencen a diario una batalla en su propio cuerpo y no permiten que la discapacidad ponga frenos a su autodeterminación e inclusión; a esas personas que rompen con sus valores y aportes los límites de la insensibilidad y la ignorancia.

Hay que apostar por los jóvenes que mantienen proyectos personales, familiares y profesionales en este archipiélago; ávidos de oportunidades para hacer más y mejor, llenos de energía para depositar en nuevos empeños y necesitados del diálogo generacional entre experiencia e intrepidez.

Hay que quitarse el sombrero ante las mujeres y los hombres de campo que proveen de alimentos numerosas mesas, a golpe de ciencia y maña guajira, mientras lidian con carencias, trampas de la naturaleza, pillos intermediarios y burócratas que orientan, controlan y entorpecen a kilómetros del surco; ante los tabacaleros que miman, acarician y tuercen las hojas de puros de calidad inigualable, y de quienes se sumergen en el ciclo de vida de los árboles para aprovechar las bondades de la madera sin descuidar los bosques.

Hay que abrir paso a educadores, científicos, atletas, entrenadores, glorias deportivas y a todos los que ponen en alto el nombre de Cuba hoy, al tiempo que forjan a quienes lo harán mañana, en el desempeño profesional impecable desde cualquier rama del saber, sobre un podio olímpico o mediante descubrimientos de alcance universal.

Hay que pararse en firme, saludar y agradecer al ejército de batas blancas que salva, cura, alivia y consuela, con poco o casi nada, bajo las balas de una guerra feroz desatada por quienes se creen con derecho a privar a otros pueblos de la dosis de salud, bienestar y esperanza que han esparcido en el mundo.

Hay que contagiarse con el espíritu de artistas e intelectuales para seguir dando vida a la cultura cubana, sobre bases autóctonas y descolonizadoras, sin quitarle creatividad ni sabrosura al ajiaco.

Hay que actualizarse, por la transformación digital de la sociedad, de la mano de ingenieros únicos en el dominio de herramientas y sistemas, aventurados en una conquista quijotesca de la soberanía tecnológica, buscando alianzas con los molinos de la inteligencia artificial.

Hay que seguir empujando un país desde las industrias y talleres que desafían obsolescencias y averías con innovaciones, sobre el balanceo de barcos pesqueros en busca de las bondades del mar, al pie de obras constructivas que transforman o edifican desde cero, en las profundidades de una mina donde yace el tesoro natural guardado siglos atrás, bajo el sol avasallante que se convertirá en energía cuando sincronice el parque fotovoltaico, rodando sobre la inventiva que sostiene el movimiento de pasajeros y cargas, en la explanada de un aeródromo que recibe, despide e invita a volver; entre cañas despeinadas o en las ruidosas entrañas de un central azucarero.

Hay que valorar la gentileza de quienes trabajan para hacer sentir bien a otros; anfitriones ataviados con sonrisas, cortesía y presencia impecable en centros del comercio, la gastronomía y los servicios, hoteles y demás instalaciones turísticas.

Hay que marchar junto a los garantes de la defensa de la patria, la seguridad, el orden interior y la tranquilidad ciudadana; los que se suman al combate socioeconómico desde la vida civil, y todos los que asumen con disciplina y honradez los retos de un amplísimo y diverso sector público.

Y hay que buscar, más allá del desfile, a quienes no están, aunque lo hacen posible; en su mayoría mujeres, invisibles tras las labores domésticas y de cuidados, casi siempre en la intimidad del hogar, con escaso o nulo reconocimiento y aspiraciones laborales truncas o puestas en pausa, para sostener vidas ajenas.

Brilla más la grandeza en el quinto mes del año, cuando se viste de pueblo, procura la bendición del primer aguacero, gana con resultados el respeto que merece y se sabe dueña de su destino, pero incapaz de construirlo con un solo par de manos.