La ausencia de sistemas de tratamiento convierte cada canal en una vía de desechos. Lo que debería ser cauce de vida se transforma en corredor de contaminación. Los sedimentos, lejos de ser solo tierra arrastrada, son memoria de lo que no se ha hecho.
Las zonas bajas son las primeras en recibir el golpe. Allí, la crecida no es metáfora: es agua que entra por las puertas, que sube por las paredes, que arrastra pertenencias y certezas. Y sin embargo, cada año se repite.
Los resultados de los estudios de Peligro, Vulnerabilidad y Riesgo realizados en Santa Clara alertan sobre estos efectos y la necesidad de la implementación de sus recomendaciones por parte de los organismos responsabilizados, sobre todo el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos. Sin embargo, estas acciones no marchan en el plan de la economía con la dinámica requerida, según la Dra. C. María del Carmen Velasco Gómez, delegada de nuestro ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente en la provincia de Villa Clara.
¿Quién responde cuando el río habla? ¿Quién escucha cuando su voz se mezcla con la de las comunidades que viven a su orilla?
Esta crecida no solo inunda calles: pone en evidencia la necesidad de políticas públicas que integren saneamiento, educación ambiental, ordenamiento territorial y control. Esa es nuestra responsabilidad y a la vez nuestro desafío, y no solo en Santa Clara. En ese y en cualquier otro lugar de Cuba, debemos hacerlo mejor. Más que un deber es una urgencia en la que nos va la capacidad de sobrevivir a los impactos del cambio climático y de otras amenazas ambientales, sociales y económicas.