Santa Clara no amanece, la despiertan los pregones, esa sinfonía callejera que antes tenía la cadencia melódica de Raspadura de Guarapo, eco de una ciudad más paciente, donde el azúcar moreno se deshacía en la boca y en el tiempo, hoy es un batiburrillo frenético, un DJ de la supervivencia que pincha reggaetón con ofertas de última necesidad.