No puede ser de otro modo para quien, recién graduado de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, experimentó en su propia piel lo que significa el enorme privilegio de los radialistas para incidir en la formación del criterio musical del oyente.
Si bien en programas de Radio Progreso como Encuentro con la Música, sus realizadores, en una fecha tan lejana como 1978, contribuimos con la debida promoción de los valores más autóctonos de la música nuestra como Benny Moré y Bola de Nieve, otro tanto hicimos con paradigmas del entorno sonoro universal entonces ausentes de la radio cubana, como Vangelis, Pink Floyd o Ravi Shankar. Si hasta entonces creí que había encontrado el camino como director, nuestra presencia en Juventud 2000, desde inicios de la década de los 90, nos puso al frente de un enorme reto: dirigir una revista musical variada de dos horas y media, en vivo, con una frecuencia diaria y que, además, se encontrara entre los programas de mayor audiencia en el país.
Esto solo se podía asumir con un profundo sentido de pertenencia a la nación que nos vio nacer.
Acompañado por un probado equipo de realizadores que llegó a ser como la extensión de la familia, la clave para alcanzar tal nivel de aceptación no era, ni mucho menos, por solo poner la música de moda de aquellos años.
Se le ofrecían al oyente otras propuestas de diferentes orígenes y calidades superiores, decisión que, en definitiva, cuando no cedes el espacio a la vulgaridad ni a la mediocridad, contribuyes a una consolidación del gusto por la buena música.
En el programa, lo mismo se estrenaba el último disco de Juan Luis Guerra, que la nueva canción de Silvio Rodríguez o lo más reciente de Juan Formell y Los Van Van. En fin, si en algún momento las cuatro paredes de la cabina de transmisión de Radio Progreso nos daban la idea de que estábamos nada más la locutora y yo con el operador de sonido, en realidad se trataba de todo un espejismo. Miles de oyentes acompañaban nuestro paso por la Radio Cubana.