La cabina se cierra, se repasa con la mirada el texto a ser leído, el operador da la señal, a veces el corazón se acelera, pero ¡cómo perder el privilegio de hablar y ser escuchado! ¡Cómo negarme a cambiar, quién sabe, el día de alguien desde este pequeño espacio!

A la radio, Orson Welles, le llamó la pantalla más grande del mundo, por la sugestión imaginativa que provoca en el oyente. Para el dramaturgo Bertolt Brecht era el sustituto del teatro, de la ópera, del café concierto, de las páginas sociales de la prensa y por su rápida capacidad de propagación, Lenin lo asoció con un “periódico sin papel y sin fronteras”.

Lo cierto es que desde que allá por el año 1920 el estadounidense Frank Conrad crease en Pittsburg, Estados Unidos, la primera emisora con servicio regular, la radio hay inundado los hogares de todo el mundo: ha sido amiga, consejera, informante, divertimento; ha difuminado soledades, ha aplacado inquietudes, y ¿por qué no? ha dado sentido a muchas vidas, pues la pasión radial de la que hablaba el maestro López Vigil ha flechado a más de uno.

Actualmente, hay quien pronostica su desaparición. Nadie es ajeno a la gran competencia que implican la televisión y el Internet, sin embargo, aún muchos apuestan por esa señorita que se asoma desde bien temprano, que te habla al oído mientras friegas los platos o preparas la comida, que no te distrae con lo superfluo y penetra en la esencia de las cosas, lo cercano, lo íntimo, lo verdaderamente importante.

El 13 de febrero, desde hace 12 años, la Organización de las Naciones Unidas lo dedica a homenajear al que sigue siendo el medio más plural y diverso, con capacidad única para llegar a allí a donde otros no pueden. Este año el lema de la jornada se titula: “La Radio, un siglo informando, entreteniendo y educando”