Es un Rolls-Royce Phantom modelo de 1927, un cadáver ilustre que llegó un día de 1959 en los convulsos años de expropiaciones, dejado por un hombre anónimo que solo dijo, allí les dejo esto. El Dr. Ginley Durán, conocedor de los valores de la casa de estudios, lo cataloga como una pieza de inmenso valor académico, cultural e histórico. Sin embargo, el auto es un enigma sobre ruedas.
Sus leyendas son concéntricas, como anillos que se expanden hacia un pasado trágico y creativo de la isla. Se dijo que fue de Marta Abreu, pero las fechas no cuadran. Se murmuró que perteneció a magnates cuyos nombres se borraron.
Nada hay en concreto, su historia es un pantano de sentido llenado con mitos y disparates. Cada Rolls-Royce es un sujeto único, manufacturado por pedido. De este ejemplar se dice que solo tiene un hermano gemelo, resguardado en un museo inglés que perteneció a un príncipe de Nepal.
Dos vidas dispares, una caminando las calles tambaleantes de la Cuba precaria de inicios de siglo, y la otra surcando las montañas asiáticas de un Nepal feudalista. Los une la tragedia del hundimiento y la gracia de una memoria que se deshace como una maldición. Pero lo que realmente habita en este fantasma de metal es un secreto de amor y muerte.
Sobre su capó, aunque ahora invisible bajo el polvo, alguna vez estuvo el espíritu del éxtasis, la dama alada que susurra. Es Lady Eleanor Thornton, la amante furtiva del noble John Walter, un amor que no podía exhibirse y que por ello, él inmortalizó en el lugar más público, la carrocería de su auto. La tragedia los alcanzó en 1912, cuando un submarino alemán hundió el barco que los llevaba a la India.
Ella perdió la vida, pero su susurro permaneció. Al acercarse al auto en la penumbra del taller, se siente un tono agudo casi inaudible. Es el canto de una muchacha que habla de una pasión perdida, de un secreto y de un dolor de no poder consumar el amor condenado.
Las notas de esa melodía crecen cuando se acarician sus grietas y uno siente que el sonido no sale de los pistones, sino de las profundidades del mar, de entre las rocas que aprisionan a un barco hecho pedazos. El susurro de la dama hoy, la dama del susurro está en su periodo de mayor decadencia, convertida en un fantasma que se niega a desaparecer. La sombra de una posible expropiación ha frenado su restauración.
Desde el 2014 no anda, pero su leyenda persiste alimentada por la fascinación enfermiza de quienes desean verlo rodar de nuevo, poseerlo. Como la Eleanor Ridley de los Beatles, que recogía granos de arroz en una iglesia después de una boda, este auto es un fantasma enterrado en su propio recuerdo repetido en bucle. Su melodía, un susurro que viaja desde el fondo del mar, sigue preguntándonos en un acorde eterno de dónde vienen todas esas personas solitarias.