El pregón clásico, aquel que endulzaba el aire con su promesa de guarapo cristalizado, se ha vuelto una reliquia oral, casi un suspiro entre el estruendo de los motores y el martilleo digital.
Ahora la calle es un catálogo ambulante, un coro de vendedores que no anuncian, asaltan, desde el hombre vendedor de pan que vocea con la urgencia de un apagón inminente, hasta la señora que ofrece tamales con la fe de una santera del maíz. El pregón ya no seduce, insiste, reclama, se cuela por los vidrios de los almendrones, pero en este ejército del mercadeo instantáneo,surgen figuras que elevan el absurdo a categoría de arte callejero.
Los hay que con la solemnidad de un boticario colonial, pregonan soluciones para dolencias muy específicas del hombre moderno. Es imposible no soltar una carcajada al escuchar en pleno parque Vidal o en la esquina del boulevard aquel estribillo que se ha vuelto una leyenda urbana: hierba para el caballo señores, hierba fina para el caballo cansado.
La metáfora es perfecta, redonda, cubanísima, quien no entiende que un caballo puede ser en el léxico popular algo más que un equino y, si está cansado, pues claro necesita su hierba fina. Contrasta esta jerga inventada, este eufemismo callejero, que raya en lo surrealista, con la sencillez perdida de raspadura de guarapo. Aquel pregón era una canción de cuna para el paladar.
Este es un escape para las inseguridades. Ambos son gritos contra el olvido, contra la quietud, pero separados por un abismo de inocencia. Santa Clara sigue siendo una ciudad orquesta, pero la partitura cambió.
Ya no es solo el meloso lamento del guarapo, ahora es el voceo acelerado de los «Vamos el mango, llevo el mango a cinco pesos, coge el mango, mango a cinco pesos». El pregón sobrevive, sí, pero mutado, adaptado a estos tiempos donde lo dulce escasea y lo urgente, lo muy urgente, se vende con sonrisa y doble sentido en cualquier esquina. La raspadura fue nostalgia; la hierba para el caballo, el chiste verde necesario de una ciudad que vende lo que puede, como puede, hasta la última metáfora.
Hierba para el caballo, señores, hierba fina para el caballo cansado.