El repique metálico de las fichas al ser mezcladas en la mesa, el golpe seco de un doble al ser plantado con fuerza, las carcajadas cuando alguien se queda en blanco.
En Santa Clara el dominó no es solo un juego, es un lenguaje propio, lleno de códigos, picardía y tradición. Mientras en otras ciudades cubanas el dominó se juega, aquí se vive, se sufre y se celebra con una pasión que ha convertido las esquinas en improvisados templos de estrategia y humor. Aunque sus raíces se remontan a la China del siglo XII, el dominó llegó a Cuba como un pasatiempo de tabaqueros y soldados españoles en el siglo XIX.
Durante un tiempo las autoridades coloniales incluso lo prohibieron considerándolo un vicio que distraía a los obreros. Irónicamente esa persecución terminó por arraigarlo aún más en la cultura popular. Para los años 50 ya era el juego nacional por excelencia, con reglas adaptadas al carácter del cubano, rápido, ruidoso y lleno de picardía.
En Santa Clara encontró un terreno fértil, la tradición oral cuenta que los albañiles que construyeron el teatro La Caridad en el siglo XIX los jugaban con pausas y de allí saltó a las calles. Lo que hace único al dominó en Santa Clara no es solo su presencia callejera, sino el vocabulario pintoresco que lo acompaña. Cada jugada importante tiene su apodo heredado de generación en generación.
Botó la gorda: el grito que surge cuando alguien por desesperación juega al doble nueve en un momento clave. La mesa estalla en risas y el jugador recibe las burlas por días. Blanquizal de Jaruco, cuando un jugador se queda con el doble blanco al final de la partida.
El apodo evoca la imagen de un campo de cal viva, blanco e infértil. La cajita de muertos, así le llaman al momento en que un jugador tiene solo fichas bajas, casi imposibles de colocar. Cada barrio tiene su esquina emblemática.
Existen por ejemplo las esquinas del parque Vidal, aquí se solía jugar el dominó más elegante. Los turistas se detenían a tomar fotos, pero los jugadores, ni levantaban la vista. Desde la pandemia el fenómeno es menos frecuente.
En la calle Independencia existe también una zona dedicada al juego de dominó. Aquí las discusiones son mucho más ruidosas. En el barrio de San Miguel, también existen partidas rápidas y agresivas con apuestas simbólicas que aumentan la intensidad.
¿Pero por qué persiste esta tradición? En una era de videojuegos y redes sociales, el dominó callejero sigue vivo por tres razones. Es libertad pura, no importa la edad, la profesión o el dinero. Lo que cuenta es la habilidad.
Es una terapia colectiva y además significa una muestra genuina de identidad. Aunque algunos temen que la tradición se pierda, las nuevas generaciones están aprendiendo. En barrios como el Condado, adolescentes que crecieron viendo jugar a sus abuelos ahora retan a los veteranos.
Mientras el sonido de las fichas sigue resonando en las esquinas al atardecer, Santa Clara mantendrá viva una de sus tradiciones más auténticas. Porque aquí, como dice otro refrán popular entre los dominós, el que no tiene calle no tiene juego.