Cuentan las crónicas de la época que con 22 años, Lina Ruz apenas veía bajo la luz de los candiles aquella madrugada de San Hipólito de 1926, dolía ese tercer parto: un niño de 12 libras que la familia nombraría Fidel Castro.
Ángel, el padre del recién nacido, esperaba ansioso en otra habitación de la casona de Birán, en la antigua provincia de Oriente; un lugar fértil y húmedo que eligió para vivir tras emigrar de su Galicia natal.
Aquel 13 de agosto, Fidel se incorporaría a una familia que ya conformaban también Ramón y Ángela, crecidos en un hogar construido sobre pilotes de madera de caguairán.
Según el libro "Todo el tiempo de los cedros", de la investigadora Katiuska Blanco, así nacía una de las principales figuras de la historia del siglo XX y líder de la Revolución cubana triunfante en 1959.
Fidel es el hombre más sagrado para muchas generaciones de cubanas y cubanos, el mismo que sobrevivió a cientos de atentados, el “Guerrillero del tiempo” que una vez se quedara solo y de pie frente a la balas del Cuartel Moncada.
Noventa y nueve años cumple ahora el caguairán de verde olivo. Cuántas leyendas para contar de quien ya ha sido absuelto por la historia: la del teniente batistiano que le salvó la vida una mañana de Santa Ana, al desafiar las órdenes de los esbirros; las batallas en la Sierra; sus jonrones en la pelota y tantas otras.
Hoy Fidel Castro sigue estando de pie, aún lleva estrellas y laureles en los hombros, sobre los que vienen a posarse las palomas.
Bendita entonces aquella agua de la Catedral de Santiago, bendita su madre Lina y bendito Ángel, su padre, por legarnos la luz, la guía, el pastor de los humildes y por los humildes.