El 5 de septiembre de 1957 militantes del Movimiento 26 de Julio, junto a valientes oficiales de la Marina de Guerra y el pueblo cienfueguero, se unieron en un acto de audacia sin precedentes: el levantamiento armado. La ciudad de Cienfuegos se convertiría, por unas horas, en el epicentro de la Revolución.
Alrededor de las cinco y veinte de la madrugada, tal como se había gestado en la clandestinidad, la ciudad despertó, no con el alba, sino con el fragor de la lucha. El control de Cienfuegos pasó a manos de los revolucionarios, quienes lograron mantenerla libre por 24 horas.

El agotamiento, sumado a la crítica falta de municiones, obligó a los combatientes revolucionarios a cesar sus acciones al filo de la medianoche. La contraofensiva del tirano no se hizo esperar. El régimen de Batista desató sobre la ciudad una furia desmedida, bombardearon y ametrallaron barrios enteros de forma indiscriminada. El saldo fue devastador: decenas de vidas segadas, heridos y mutilados. La brutalidad que buscaba ahogar el espíritu de libertad era el sello de un dictador que empapaba la nación de luto y desesperanza.
Aunque internamente, la acción significó un golpe para el movimiento en Cienfuegos, su impacto general fue de una victoria monumental. La repercusión a nivel nacional fue inmensa. Por primera vez en la lucha, un territorio cubano se declaraba libre de la opresión, aunque fuera por un breve pero glorioso lapso de tiempo.
El levantamiento armado en Cienfuegos, a pesar de su trágico final, se grabó a fuego en la memoria de Cuba. Fue un acto de valentía que demostró al mundo y al propio pueblo que la resistencia era posible y anticipó el triunfo que llegaría años después.