Ha hurgado como un estoico en el entretejido de ciudades y calles, y personajes y laberintos del pueblo,en leyendas de Sagua la Grande, en los más insondables resquicios de su amor innato por la tierra que lo vio nacer.
El Doctor Raúl Villavicencio Finalé, historiador con varios signos de admiración, como catalogó al sagüero el eminente Eusebio Leal, El Villa, como es mejor conocido por sus coterráneos.
Sabio escrutador en las sombras que dejan los viejos pergaminos, la memoria oral que legitima la memoria de los terruños, el nunca imperdible legado sociocultural de la Villa del Undoso.
Desde La Habana, donde reside ahora, sigue El Villa en esas junturas históricas culturales de su patria chica.
Desde los mogotes de Jumagua, pasando por el parque La Libertad, hojeando el Hotel Sagua, cruzando a través de los herrajes del Puente Del Triunfo, viendo las libélulas de Mañach sobrevolar El río Undoso, se admira aún las semblanzas adelantadas de este rastreador cultural de los pueblos.
Sigue El Villa entonando el redescubrimiento de las zarzuelas de Rodrigo Prats, enamorado de su Rosa de Francia, juega al ajedrez con Capablanca en la partida teatral que escenificó en el antiguo Teatro Uriarte, o se ve en la tardes cuando la madre del cantante Antonio Machín lo esperaba en el portón de la casa para que le volviera a interpretar Angelitos negros.
Y no me asombra que el Doctor Finalé, historiador en letras mayúsculas, se monte en un coche de hules y correajes, vislumbre los ventanales ovalados de la Iglesia Parroquial, se baja del pescante y se sienta en los bancos del parque que perpetua la memoria del urólogo Joaquín Albarrán,y así escancie el recuerdo de Mario Rodríguez Alemán o de Manino Aguilera y se reúna a renombrar todo ese espíritu poético que caracteriza al hermoso Villoro, observando el rascacielos de la arquitectura neoclásica de los edificios de la localidad, La Villa de París.