A Yandrey Lay Fabregat, a su iluminada madre.
Le pido también a mi Changó (Sagua, tierra de Changó, tacuá, mata de la santería en Cuba, comentan los viejos) que santigüe el aché de los fundadores de Kunalumbo: Luz Marina, Ma’ Brígida y Pablo Díaz Brunet, aché.
Y mi tamborcito me lleva a ver a Luz fregando todavía la palangana, con agua clara y bendita con que lavaba a San Francisco, y el ritmo me ata al abanderado Lázaro y la Niña Brunet detrás de los tambores erizá la negra de arriba abajo, y me «monto» con ellos cuando trasladan a Kunayanga hasta el pozo, que contiene uno de los fundamentos religiosos de la institución, me subo a él, me baño y bebo de sus aguas y le echamos comida a «buen nasi», la madre agua, dicen que un majá, animal que todavía se enrosca en el brocal para inmortalizar la africanía del sitio.

Se enrosca majá grande, pero sale y se atraviesa en el medio de la calle, con sus tarritos, ese bicho le mete mucho miedo a la gente, me dice Santiago Font, el rey e historiador de Kunalumbo, el que recuerda que el 23 de junio de 1882 el rey de los congos fue recibido por una multitud de africanos de origen bantú que lo esperó con el toque de tambores en la estación ferroviaria de la localidad.
Llevado por el espíritu de Pancho Altazar, Font memoriza también que, en el auge de la institución, entre 1930 y 1950 del siglo pasado, el santo salía a la calle («Kunamateopolá, Kunamateopolá, Kayanperma, Kunayanguií, Kunamateopolá, Kayanperma, Kunayanguií»), cargado en la parihuela —pieza después desaparecida—se dirigía hacia la iglesia principal, y la gente lo escoltaba en el cruce de frontera, portando velas, palmas de guano, flores, percutían los tambores catalinas, salvo cuando llegaban a la línea, y el cura lo bendecía a la entrada del templo.

A Barnet le parece ver cuando la madrina de Lam le pasa una gallina por el cuerpo y limpia al que hizo universal su Jungla. Entonces, sumido en la enredadera de la liturgia, reza, riega sorbos de cerveza, y hace sus cantos y en la ablución, un pasaje por sus letras majestuosas ilumina el ritual de la cuarta casita de la Sociedad San Francisco de Asís, y se acuesta en una de las literas.